I
Ya no
quedan fotos que ver.
Una voz
en la distancia conduce, irremediablemente, a la pérdida de forma y calor.
La
oscuridad lo penetra todo, lo deja fielmente enmarcado, para que en alguna
pared, antes de cerrar los ojos por última vez, sea un recuerdo aquello que se
deje presentir como un suave beso, o una caricia a punto de levantar el polvo
de los callados.
El
silencio se bebe la repetición de estar siempre encerrado en un cuarto que
jamás fue habitado por carne. Apenas torpes fantasmas que se lo juegan todo a
una partida de dados. El silencio comanda esos ejércitos del infierno que me
han precedido, y que me esperan mustios para levantar, por última vez, esa
espada oxidada que tantas veces he blandido contra mis pequeños demonios.
La
muerte lo ha tocado todo… Y lentamente a comenzado a remodelar mi pasado. Se ha
subido a mi culpa de no ser y ser (de nuevo ser sin ser) se ha adueñado de cada
gramo de paciencia que me han tenido los vivos, y que ahora me sepultan en esas
viejas fotografías que ya nadie verá.
¿La
desaparición es un objeto que nos sacude para no respirar más ese aire viciado
de una infancia que desaparecerá cuando alguien exhale su último aliento?
¿Quién
recuerda a los que no se dejan nombrar?
¿Quién
deja flores a las tierras muertas y secas, conquistadas por la gran obsesión de
encontrar algo que nunca se ha revelado?
Ya no
quedan fotos que ver.
Una
vida, tras otra, todo se va convirtiendo en formas difusas de cálculos y penas.
De voces que no coinciden con una imagen. De aves que se quedan en un nido para
no ser devorados por otras aves.
El
tiempo no cesa, el mundo no para, los fantasmas no existen más, cuando yo
siento que, simplemente, he desaparecido de aquellos ojos que ya no se abrirán.
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