Cuando las agujas te marcan la vida, recordás los pensamientos, tal vez tontos, que alguna vez dejaste apretados en las bitácoras muertas de los bares. Mirando a los ojos a las panteras, te das cuenta que los aullidos de sirenas, desde abajo, suenan a luz que se extingue. Es recordar que el cuerpo es pura matriz de infierno, desierto de lluvias sobre porvenir... Y la ironía es inevitable al recordar cosas con los ojos ardidos de tanto no dormir. Ironías de sentirte con una suerte rara al seguir respirando y estar en libertad.
Desayunar a la hora de las brujas, rezar con una navaja en la mano, o simplemente meterte en las venas algo más que alcohol, son las pequeñas cosas que nos mantienen vivos entre tantos moribundos que nos siguen diciendo que no hay modo de dejar de esperar la paz.
Es como vivir en el sanitario ocultando las lágrimas, o ver en sueños las coplas que las agujas le cantan a los cardenales que anidan en los vientres... Es no tener más piel que tinta barata, es no tener otra cosa, que el uno para el otro, porque ambos andamos muertos, estirando ese regocijo que significa, cada noche de cada condena, encontrar el calor del otro al darte vuelta en la cama...
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Has vuelto con ganas.